Me llegó el pálpito de la traición.
Rogué no ser yo quién lo sufriera,
acaso yo no pudiera soportarlo nunca.
El supuesto me descuartizó, miembros
feroces diseminados por el terreno,
estómago de barro, ramas secas, y no
sé cuántos pedazos me faltaban.
La sequía amenazó con volver, el ocaso del
miedo sin llover. Tus ojos de regadera clavados
en mí, azotando la esperanza de no ver lo que vi.
No pude moverme, estúpido solo de pensarlo,
las plantas no se mueven, pero estaba tan cuidado,
tan florido, que cómo se me ocurrió tan siquiera,
que pudieras tocarme solo a mi, solo tuyo en la
tierra y bajo el sol . Te tocó,
de la cintura deslizó la mano abajo.
Yo estaba allí por casualidad, en mi surco, y a
ti te tocaron y yo no hice nada por impedirlo.
Una vez presenciada la escena, una vez impactado
por la sorpresa, la sequedad invadió mi cuerpo y
la traición me consumió como un beso que
chupaba de mí la savia más íntima del dolor de
un vegetal que ya no ocupa su lugar, ni sueña
con ser de nadie, ingrediente de ensalada alguna.