Observo las finas curvas de tus pechos mientras rodeas mi cuello con tus delgados brazos, como si fueran cuerdas.
Sonríes coquetamente y de pronto mi mirada se pierde en tu boca y mi boca en tus besos.
Quisiera que siempre fuera de día a tu lado mi amor.
Mi amor complicado, artificial.
Miles de nombres se reflejan en mis labios, pero solo el tuyo se marca en este momento con tinta de sangre.
Me invitas a dormir a tu lado pero soy un depredador y tu indefensa. Y así mi besos pasan de tu cuello a tu escote y mis manos inquietas de tu cuello al sujetador negro.
Tu inocencia me dice que pare, pero tus manos me guían a las penumbras de tus caderas.
Poco a poco caen al piso mi camisa, tus miedos, mi pantalón, tus medias.
¡Cuanta oscuridad hay entre tus piernas y miles de estrellas en tus poros canela!
Sorbo impaciente la leche imaginaria de tus senos, mientras bajos gemidos escapan de tu garganta como a punto de llorar.
Sin más indago el acantilado de tus muslos y sin compasión asesino de tu niñes tus últimos recuerdos.
El dolor de la madurez inunda tu rostro como sombríos navíos, pero tus piernas rodean mi torso en busca de más.
Quien iba a pensar que después de tantas vidas yo sea el primer hombre sobre tu cuerpo y tú un recuerdo más en mi diccionario de nombres olvidados.
Quiero escribir mi nombre en tu cintura con tinta dorada.
Déjame ser yo quien guarde el beso y se limite a mirar las turbias almas, déjame sembrar uvas en tu ombligo y flores muertas en tu alma.