Alberto Escobar

Beatriz o su llave.

 

 

Decidí que lo mejor era volver a casa, la noche empezaba
a pesar sobre mis párpados blandos a trasnochar después
de años en la reserva del cortejo.


Me despedí de los amigos que se me terciaron en el camino
por capricho del destino, sin prometerme ni prometerles un
reencuentro, y traspuse la puerta del bar a eso de las cuatro 
de una madrugada que se resistía a despertar.
Fui carne de sombras que cruzaban las calles aún en ciernes
a esas horas, desiertas aunque teñidas de un aura de neón
que latía a ritmo de sístole y diástole sin sustancia, ni sangre
que lanzar, muerta y serena, inmaculada concepción de dudas
me acompañaban los pasos hasta llegar a casa.


Cuando me dispuse a introducir el hierro labrado en la ranura,
mujer de un solo hombre, la llave fue escupida, bocado acre 
que sorprende al excelso gourmet de la previsión.


Seguí insistiendo en la seguridad de poseer la razón de los hechos
y la cerradura se mantenía en sus trece, ya catorce veces...
Ya ahíto de fracaso me aventuré a pulsar el timbre, contrito por la
truculencia del caso, y mi cuerpo se armó de verguenza torera
esperando a puerta gayola a quien abriera.

 

Para mi sorpresa me abrió Beatriz, la chica que conocí esa noche,
y para mi mayor sorpresa aún me invitó a pasar, todavía no había 
terminado la sólita liturgia de aguas que precedía su sueño.

 

El resto de la noche anduve beatrizado...Ni pude imaginarlo bajo 
el cielo de luces rotantes de la disco...
A partir de esta síntesis ella fue mi integral y yo su derivada.
Nuestras llaves un sumatorio de chatarra, Piedra Filosofal.
Satán como maestro de ceremonias y Fausto padrino de bodas.
Deploro al tarambana que llevo en mí, su debilidad, insensatez.
A resultas del destino habito con Beatriz en lo inhóspito del deseo.
El destino que resulta del deseo habita inhóspito en Beatriz.
Solo me quedan en mi improvisado diccionario la cresta y los 
matices del gallo que quedó desplumado y sin cacareo por afónico.