En su caminata por las nubes
tras el azulado en lontananza,
los pasos del ex-ángel Luzbel
marcaban una osada esperanza.
Con tridente rojo encumbrado,
la cola de terminación lasciva,
par de cuernos endemoniados
y una mirada de elite invasiva.
Llegado a las puertas del cielo,
donde su guardián lo enfrentó,
de reojo pisando apático templo
celestial, a Dios su palabra pidió.
El Superior estaba muy ocupado,
no tenía tiempo ni para respirar;
bajó orden, al portero avisando,
al diablo no lo iba a recepcionar.
Ante la negativa por la respuesta
recrudeció la animosidad infernal
sulfurando su piel hasta la testa
mientras el guardián se reía fatal.
Por ende, al ausentarse el diálogo,
la bronca se dió como testimonio
de incomunicación; en desahogo,
respondió mandándolo al demonio.