La respiración tanática confiere al espíritu
la justa medida entre oxígeno y miedo.
Alimentar al miedo es nutrirlo de vida, lo opuesto
a matarlo o dejarlo morir. Dejar de respirar
significa creer, dejarse idear por influjos impropios.
Todo nihilismo carece de algo y fomenta la
necesidad, todo acercamiento a la muerte respira
verdad y se deja alimentar, es permeable a la
ayuda y sólo la autodisolución puede consumar
el encuentro con la verdad, beber de lo esencial,
ese difícil trago que es mirarse al espejo sin
demasiado reproche, incluso, sin desprecio.
El miedo no es a la muerte, es a soltarla porque
uno se abrazó a ella hasta casi la asfixia,
respirando lo justo para nutrir al espíritu de
oxígeno y miedo.