¡Qué bellos recuerdos a crisol
de aquellos años de niñez
en que éramos felices los dos
con la dicha de la sencillez!
Cuando agigantada en el suelo
se batía ya la imaginación
por la que volaría hasta el cielo
día a día toda nuestra diversión.
La cara sucia y tan felices
de andar libres inquisidores.
¡Ganando en la piel cicatrices
y en la ropa tantos colores!
¡Te amo con corazón abierto
lleno de tantas aventuras;
las que compartimos, por cierto,
en todas nuestras travesuras!
¡Cómo olvidarlas! ¡Cómo hermano!
¡Y cómo olvidar la inocencia
de aquellos años en que arcano
llevamos en nuestra existencia!
¡Ah! ¡Mi cómplice en cada alegría
como en las mismísimas penas!
La misma sangre nos uniría
y correría por nuestras venas!
Prístino el yugo de la herencia
como el amor del mismo padre
que nos trajo a la existencia
con el amor de nuestra madre.
Hermano, ¡cómo no amarte!
Quiero tu corazón amigo
con el que yo pueda encontrarte
como cuando éramos dos niños.
Ahora ya el tiempo se asoma
blanquecino en nuestras cabezas.
¡El aceite que hay en la redoma
traerá con él sus recompensas!
¡Largura de días te sean dados
y en ti Dios alargue su mano!
Aquellos días ¡cómo olvidarlos!
¡Cómo podría, querido hermano!
Tu hermano que te ama.
P. D. Las demás cosas que no pude escribirte en verso, o en prosa, por favor, recuérdalas así como yo las recuerdo!