Somos el eco de las voces mudas
que repiten constante sus notas
henos perplejos ante la bruma
y embebidos del rocio de luna.
Cuando la noche busca una aventura
se acuesta su sombra en la tierra
con su cuerpo invisible procura
ser tocada hasta por la ultima piedra.
Somos almas de llanuras silvestres
que meditan cautelosas por el vacio
somos indómitas aguas que vierten
sobre la tierra las aguas del rio.
Nuestros ojos asoman sus miradas
cuando gritan los caobos, los robles
¡cae uno más! nos gritan las hadas
mientras palpita el latido del noble.
Cuando el hombre se aproxima y golpea
con puños de hierro, cortes de acero
la niebla siembra donde el arbol deja
el hueco manchado de agonía y desespero.
Sigue caminando ingrato e inconforme
buscando más sangre blanca entre las hojas
-madera es nada más- pronuncia el hombre
mientras pisa las flores, arranca las rosas
Al terminar el ser su pasión destructiva
proclama la tierra con voz de gozo
es su ego altivo, su placer mezquino
es nuestro lamento, los sollozos.
Se acerca la era moribunda y siniestra
los azotes del tiempo, las lanzas negras
marcando las horas con líneas de fuego
suplican los nobles su perdón con su ruego.
En los bosques silvestres quedan pantanos
las cortezas inmóviles con su voz delirando
la putrefacción de los frutos de un manzano
preguntan los hombres el porqué suspirando.