No resucitará hoy,
lo que ha nosotros llegó con un viento cruzado,
en la primavera enamorada y ciega.
Bajaron de los altos riscos,
precipicios donde aletearon las funestas águilas,
sobrevolando el nacimiento de una república,
envuelta en profunda niebla.
Rosoplaron en la tormenta los caballos,
imponiendo en sus cacos el vaivén de la muerte.
Engendrada la república,
del sudor y de la tierra,
para dar sangre, algodones de amapolas,
con los que sanar las heridas y repartir la vida.
Pero un cáliz de odio,
forjado con la pisada de mil caballos rabiosos
Reboso de otra sangre,
que solo podía ser de Caín o de reyes.
Traspasó al hombre la sangre por la espalda con su amargo sabor.
Aquel que la saboreaba lo devolvía a la bestia cortesana.
Hubo juramento de sangre,
dos espadas de sangre,
dos caballos de sangre enfrentados empujándose hasta la muerte.
Se llenaron los trenes de sangre
los camiones transportaron sangre,
los aviones volaron con sangre,
los barcos navegaron con sangre
Hubo sangre en las lágrimas,
sangre en el los pechos de las madres,
sangre en las escuelas.
Se mezclaron las sangres de Abel y de Caín en los patios vecinales.
Sangró la primavera,
sangraron las cruces,
sangraron los martillos, las lanzas, las espadas.
Roció la sangre la escarcha de la mañana,
para resplandecer como espejos bajo el sangriento cielo hasta ocaso.
Los cuerpos temblaron cansados de llevar un cáliz de sangre en las manos.
Pero era imposible apartarlo.
Dadme esa sangre,
quiero que sea mi cirujana,
que cosa mi cuerpo desangrado.
Quiero vestirme con esa sangre harapienta y sucia,
aclarar con sangre mi pensamiento,
salir con sangre al campo a enamorarme.
que me acompañé la sangre como un padre.
No apartéis este cáliz de sangre de mí.
Pues amo la vida que resopla humana,
bajo la capa de la bestia,
costra infectada de la herida,
que hay que arrancar de la carne,
para que la sangre limpia alimente sana la vida.
Angelillo de Uixó, a 14 de abril, día de la república, paz y bien.