Hay un antes y un después en tu risa,
y en la mía,
antes tú y otros mundos,
antes yo y otros cielos,
ahora tú y yo,
conjugados,
eclipsados,
probablemente efímeros,
acertadamente perpetuos.
Parece que somos aves,
dos aves torpes que tropezaron en pleno vuelo,
un par de aves que al verse
se reconocieron,
como si en otra vida hubiesen sido uno
en vez de ser dos.
Se me hace un milagro encontrarte,
tan de casualidad,
tan de azar.
Que fortuna verte,
ver tus ojos,
esas valiosas esmeraldas,
que me dicen tanto
o más de lo que tu boca calla,
aquellas dos esquivas joyas
llenas de pasados.
Que fortuna acercarme a ti,
y olerte,
saber tu olor y el mío
tan añejo
-y entonces me descubro tan llena de pasados
como tus ojos-.
Que fortuna escucharte,
saberte construyendo los hechos que susurras,
como si fuesen puentes
hechos de palabras y de realidad,
como si recitaras cualquier cosa
y se convirtiera en poesía.
Que fortuna tocarte,
leerte con el tacto,
deslizar las yemas de los dedos por tu piel
y unir tus lunares
de un punto a otro,
como si acabara de llegar a la luna
y solo quisiera explorarla.
Que fortuna saborearte,
probar tu piel y tu saliva,
tan dulces,
tan vid,
tan río salado,
tan tú,
tan inolvidable.
¡Que fortuna! ¡Que fortuna!
que fortuna estar aquí, hoy,
que fortuna que estés tú,
que fortuna que haya cinco sentidos
y que a ello se le sume el hecho de usarlos con vos.
Que fortuna tiene Julieta
de haber tropezado contigo,
porque
la vida no está llena de sentidos
los sentidos son la vida misma,
y que bonito que estés tu
para seguir viviendo.