Aquella vela enrojecida
De sangre y pintada por la sal,
Ondeaba con olor a cañón
A ritmo de obenque espinoso.
Por orden de la gracia divina,
Yacían masacradas las almas
De olvidados hombres ya,
Cuyos nombres tallados
En vieja madera enriquecida,
Hundianse sobre aquel bauprés.
¡Qué afanoso destino
que les envió al olvido de la mar!
Mas la tierra ahoga con polvo
Y no con salado rocío,
A aquel que despreocupado baila.
Un oscuro código
Abraza la guerra,
Que oculta sus tripas abiertas
Con confundido halo de valor.
Ignoro, como tú, que es el valor,
Pues si camino hacia el peligro,
¿Qué puede valer más que esta vida?
La causa mayor nos ciega,
La recompensa personal nos corrompe,
Dime tú, pues,
Si no es mejor luchar
Contra aquellos cuya violenta sed
Crean la mía.