Me hago viejo,
como lo son las ruinas de una casa abandonada.
Los años ya no me sostienen,
han perdido conmigo la paciencia.
El tiempo me ve pasar,
y a mis ruegos se muestra indiferente.
Me hago viejo,
lo presiento.
Ya la debilidad me tiene acorralado.
Tal vez, no me atrevo a pensarlo,
a un escalón estoy de ser pasado,
de despedirme dejando todo atado.
A la misma distancia me encuentro
de un pésame que de un le acompaño en el sentimiento.
Como salmodia de fúnebre tañido de campanas,
mi quejido da fe del duelo y las exequias.
Me hago viejo.
De mi mismo comienzo a ser un testimonio,
una fotografía de un antes y un despúes,
unos centímetros de vela
de una llama que acabará por consumirse.
Mi piel son hondonadas,
un cortejo de arrugas
que, como tatuajes, lucen
costuras y remiendos mal cosidos
a los que ya no alcanzan ni el hilván ni el hilo.
Me hago viejo.
Los huesos se me han vuelto esquinas
de los que la carne parece desprenderse.
Las venas se me afilan y el corazón se agrieta,
mientras en mi yacija la noche persigue el sueño.
La soledad, mi triste compañera,
en el jergón sobre sí misma acurrucada.
Soy una vela descosida
de un barco a la deriva.
¡Mas pareciera un Adán
al que vistiera el desaliño!
Soy viejo.
No me engaño.
Los años han pasado por mi ventana
sin que pudiera retenerlos a la puerta.
\"La alcancía de la memoria\" (2013)
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