Caminando por un pueblito lejano, lleno de personas,
me encontré con la tierna sonrisa, de un pequeño,
me tomo por la barbilla… Mirándonos ambos fijamente,
le preguntaba, ¿qué hacía tan hermoso su pueblo?,
el niño me decía… que su gente, sus costumbres y sus raíces.
Que, a pesar de ser humilde, todos amaban a Dios,
todos eran unidos… como hermanos,
por ello nunca les faltaba nada… En las noches,
las estrellas adornaban el firmamento, todo era paz,
y unidos alababan al Señor, llenándolos de regocijo.
Esa misma noche logre presenciar, lo que el mocoso me decía,
mi piel se irisaba, mis lágrimas brotaban de mis ojos,
lleno de emoción, al ver y oír tanta belleza… Todos alabando a Dios,
se sentía su presencia y nosotros recibiendo sus bendiciones.
Al otro día en la mañana, yo iba caminando a solas,
conversando con mi sombra, me sentía purificado,
un hombre nuevo… Renovado,
hoy hace un año, de no vernos, aun purificado,
extrañando ese humilde pueblecito,
de gente noble, donde la brisa besa sus sueños.
Como extraño a esa bella gente, noches de estrellas,
de alabanzas, de cantos… de esperanzas y fe,
sigo pensando en sueños, que aún me siguen esperando,
sé que no hay distancia ni tiempo… Cuando el Amor a Dios ha llegado.
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