Alma Erótica José Luis Agurto Zepeda.

Ella (cuento corto)

 

Un rayo de sol me golpeó los ojos, estiré los brazos y un gran bostezo casi se traga mi cuarto.  ¡Hay que levantarseeeeeeeee!  Di un gran salto y como por arte de prestidigitación, mis manos se sintieron liberadas y mis pies cayeron exactamente sobre mis sandalias.

La rutina matinal del baño (que a veces quisiera saltarme), el desayuno y salir a enfrentar el mundo.  Esa mañana me levanté como cualquier otro día; pero,  estaba muy lejos de imaginarme, que no finalizaría, sin que una gran sorpresa aconteciera, estaba muy lejos de pensarlo.

Realicé mis labores sin salirme del programa, del plan en el que todo está trazado y por el que me da la impresión, en ocasiones, que lo que hago, lo haría hasta un niño, si solamente sigue el programa, el plan, al pie de la letra. ¡Siento que la rutina me está matando!

Al finalizar mi jornada laboral, surge el pensamiento de siempre: ¡Ella no está conmigo!

Siempre he pensado que si mis mañanas despertaran con ella en mi cama, con sus abrazos, su sonrisa al despertar y esos besos que tanto ansío, mi día no sería rutinario; sería un lapsus, mientras vuelvo a su encuentro y las noches serían tiernas a veces, huracanadas otras; pero… ¡Ella no está conmigo!

Pensando en eso, decidí no regresar aún a casa.  Me fui a un bar bien exquisito por la poca gente que lo frecuenta, -no se me antoja bullicio-  unas buenas chelas (cervezas) y con mi mente embrutecida, ir a dormir.

Llegué al lugar mencionado, inmediatamente me atendió el mesero, un joven con una cara bastante pálida y con una mancha como de café en el cuello de la camisa, eso no me agradó; pero, aun así, el lugar era agradable, así que pedí la cerveza.  Fui hacia la rocola, y puse una canción de Manolo Otero, “Te he querido tanto” (“Te he querido tanto y de tantas maneras... que parece imposible inventar nuevas formas de amor”).  Me recuerda tanto nuestras ganas de amarnos y una canción interpretada por Luis Miguel, “No sé tú”   (“No sé tú, Pero yo no dejo de pensar, ni un minuto me logro despojar, de tus besos, tus abrazos, de lo bien que la pasamos la otra vez”).

Volví a ver hacia mi derecha y ¡Mi corazón dio un gran vuelco!  Allí estaba ella, sentada, con un vaso de vino en la mano y una sonrisa maliciosa en sus labios, esa cabellera tan sedosa, que mis dedos peinaran en noches de luna plateada, bajo la sombra de aquel árbol de cedrón que fue testigo de todo lo  que pasó después.  No me cupo la menor duda.  Era ella. Pero, ¿Qué hacía aquí?, ¿A qué hora vino? Luego, dejé de pensar y caminé a su encuentro, mientras ella seguía sonriendo.  Le extendí la mano y mientras sonaba la canción, se levantó lentamente y dejó que mis manos rodearan su cintura, mientras la conducía al centro de una pista pequeña, que era muy romántica por su poca iluminación; yo no necesitaba tanta, porque sus ojos encendieron el lugar.  Sin mediar palabras, acerqué mis labios a su boca y un beso apasionado hizo arder mi sangre, mientras mis manos recorrían todo lo que podían de su cuerpo y ella, ella me apretaba contra el suyo, como queriendo fundirse conmigo, ya no ser dos, sino, uno  solo.

Juro que no recuerdo la vez anterior que fui más feliz que durante esos instantes.

Sacudí mi cabeza y me percaté que no me había movido de la rocola, allí seguía la mujer que vi y la observé muy bien; entonces, me percaté que no se parecía para nada a ella, ni su cabellera, ni su sonrisa, ni sus manos, no se parecía en nada.  Allí, allí mismo caí a cuentas, que no era que se parecía a ella, sino que… ¡A ella, yo la veo en todas partes!.

 

 

Alma Erótica

José Luis Agurto Zepeda

Managua, Nicaragua

14 de abril, 2017