Llano
Para Alejandra
que la inspiración y literatura,
mantengan una amistad lejana.
La tierra es árida y quebradiza, el día claro e incandescente. El sol es un hermoso dios que abrasa a todas sus criaturas. El viento serpentea entre el llano pero es débil, se extingue por el calor de un dios plasmado en el cielo claro y despejado. Y la semilla que tal vez cae, muere tratando desesperadamente por vivir.
Sobre el llano, hacia el norte, dos hombres caminan.
-¿Falta mucho, Pedro?- Decía aquel sin levantar la mirada.
- No mucho.
-Ya llevamos bastante tiempo caminando, Pedrito ¿crees que lleguemos pronto a donde nos dijeron?
-Sí- Le respondió sin siquiera mirarlo.
Sobre el rostro de Pedro caía la luz del sol mientras se acomodaba el sobrero, entrecerraba ojos y miraba hacia el horizonte amplio, vacío, despejado. Se tragaba la poca saliva que le quedaba y el sudor que se deslizaba sobre sus labios. La boca le sabía a sal pero él no se inmutaba. Salió del pueblo con una obstinación tan grande que no le dejaba detenerse. Seguía caminando cuando el otro le habló:
-Yo espero lleguemos ahorita, o si se puede más al rato, pero no tan noche- Le dijo a mientras se colocaba la mano detrás del cuello-. Ya vez que con el calor, traigo bien quemada la piel, hasta ronchas me salieron. Si llegamos ahorita puede que alcance tantita sombra y me eche crema en el cuello, que ya me anda ardiendo.
-Tal vez lleguemos noche.
-¿Tú crees, Pedro? Sólo espero no sea ya muy entrada la noche. Hace mucho frío y las cobijas que nos trajimos ya están muy desgastadas, perdieron el color de tanto que nos cubríamos del sol. Y no te miento, pedrito, pero el aullido de los coyotes me pone la piel de gallina.
-Vamos a llegar, no te desesperes.
Desde que salió el sol de entre las colinas venían caminando. Traían sus morrales casi vacíos y en la espalda llevaban las cobijas que ya parecían trapos sucios muy desgastados. Pedro iba al frente y detrás le seguía el otro. Y sólo cuando el sonido de la tierra carrasposa era lo único que se escuchaba aquel le preguntaba a Pedro:
-¿Y crees que lleguemos primero? ¿O al final?
-Lo importante es llegar- le contestaba Pedro.
-Sí, pero acuérdate que salimos muchos del pueblo, la Clara, el Uriel, Saúl, Alfredo, María, Guadalupe…, éramos bastantes pero algunos se quedaron atrás a descansar, y no los esperamos porque nos prometieron que allá nos iban a alcanzar- Levantó la mirada y miró a su alrededor, buscando a las personas de aquellos nombres. Luego vio a Pedro, esperando una respuesta, pero él seguía caminando. Al ver que no decía nada dijo- Espero ya estén ahí porque no voy a llegar en un plan de esperar a alguien.
-Ahí los vamos a ver- Respondió Pedro.
-Ojala- contestó el otro- ¿Sabes quién sí espero que esté? La Itzel, ¿te acuerdas de ella, Pedro? Era una niña muy bonita, con su piel morena y su cabello lacio, negro que le bajaba por toda la espalda, a todos nos tenía encantados aquella chaparra, sobre todo por sus ojos rasgados, como si estuviera mirando a lo lejos; me tiene encantado la condenada.
Miró al cielo con una sonrisa, buscaba entre las escasas nubes la imagen de Itzel, ya sea un olor, un recuerdo o una silueta. Pero en el llano no había nada más que piedras, tierra y las dos sombras que arrastraban sus pies.
-Yo pensaba que te gustaba la María- Le dijo Pedro mirándolo de reojo.
-La muchacha es bonita, pero no es como las mujeres que me gustan. Que trabajen y estén siempre vivas. Ella siempre se levantaba tarde y le preguntaba a su mamá que “¿Qué hay de comer?” y en la tardes siempre la veías ahí echada en la hamaca, yo no entiendo cómo es que no se puso gorda de tanto que no hacía nada, nomás la veías afuera en la misa y ya de ahí encerrada en casa, haciendo todo de mala gana. No, Pedro, a mí no me gustan las mujeres así: flojas, como esperando un marido.
-Itzel era así ¿qué no? Era hermana de la María.
-La Itzel se puso más viva cuando se le murió el papá y se dio cuenta de la tanda de pretendientes que le iban a llegar por estar guapa. Eso y que su mamá ya no le iba a consentir y que el poco terreno que les quedaba ya no daba para más. Desde ese momento se fue a bañar al río todos los días, bien temprano. De vez en cuando me asomaba entre las piedras para verla. Cómo temblaba y se le ponía la piel de gallina por el frío de la madrugada. Una vez me vio que la veía pero no me dijo nada. Le gustaba que la viera bañarse su cuerpo de mujer fuerte. Ya de ahí se iba a la siembra, le cantaba a las milpas y cuidaba a los pocos animales que le quedaban.
-Itzel fue de las primeras que se fueron del pueblo.
-María de las últimas, y a son de regaños.
-Itzel ya debe estar allá.
-Yo espero que sí, Pedro. Hace mucho que no la veo.
La tarde había llegado. El cielo con su relieve rojo y anaranjado adornaba al Dios ocultándose entre las montañas. El viento dejó de soplar y un pequeño frío acariciaba la sien llena de sudor.
En medio de la nada, sobre la tierra seca, dos hombres seguían caminando:
-Tengo hambre, Pedro- decía aquel arrastrando los pies, sin levantar la vista.
-Ya vamos a llegar.
-Tengo hambre y estoy cansado, Pedro.
-Cómete las sobras que nos quedan en el morral.
-Ya no hay nada, sólo semillas- Decía sacando de su morral un puñado de semillas blancas, amarrillas y unas pocas de color morado.
-¿Y por qué no te las comes?- Le preguntó Pedro sin mirarlo.
-Porque son nuestro último sustento- Respondió sin dejar de mirar las semillas-. Con ellas iniciaremos a donde vamos, es el último recuerdo del pueblo, la herencia de donde venimos, Pedro. Y yo no voy a dejar que se pierdan o mueran en el camino, como la Clara y el Alfredo, que tal vez ya lo hayan hecho; que a lo mejor se las hayan comido.
-Tú sigue caminando, ya nos ha de faltar menos.
-Ya no puedo, Pedro- le respondió aquel quitándose el sombrero y dejándose caer de sentón al suelo. Se limpió el sudor que caía sobre su rostro moreno y se pasó la mano por su cabello negro, tratando de peinarse. Pedro se detuvo y se volteó a verlo. El muchacho estaba jadeando, no dejaba de sudar, sobre su cuello comenzaban a notársele unas pequeñas ampollas. Mirando que Pedro no le decía nada agregó:
-Me palpitan los pies y el pescuezo me arde. Tengo pesadas las piernas y el alma. Sabrá Dios si en este lugar quiere que me muera. Pero yo me quedo aquí, Pedro. Ya me cansé de caminar. Descansaré un poco y tomaré esta tierra, levantaré cimientos, construiré las casas y poco a poco tendré lo que dejé atrás, para que algún día alguien igual de cansado que yo pase y se quiera quedar. Tú también puedes quedarte aquí conmigo, Pedro, usaremos las semillas que nos quedan, total para que las plantas crezcan sólo se necesita tantita agua, sombra y un poco de esperanza.
Pedro no dejaba de verlo. No estaba enojado. Lo veía como buscándole las fuerzas y el ánimo.Se pasó la mano sobre la frente, bajando por su bigote hasta llegar a su barba. No era viejo, pero los años le hacían denotar las arrugas y sus canas. Se le acercó al joven y le dijo por su nombre:
-Fíjate nomas lo que estás diciendo, Juanito, tú que fuiste de los más emocionados en salir del pueblo, en buscar un lugar mejor. Fíjate cómo el calor te ha hecho arrastrar los pies y bajar la mirada. Fíjate cómo tus huellas se hacen más delgadas con cada pisada. ¿No lo ves, Juanito? El llano es ancho pero tu paciencia corta. Ya no pienses en lo que dejamos atrás, si tanto pesar te causa, deja aquí morir las semillas, que a donde vamos habrán más a las que podamos llamar “nuestras”. Pero no te tires, Juanito, no te acuestes, no te canses que ya casi anochece y no tardan en salir los coyotes.
Pedro extendió la mano a Juanito y él la tomo sin verlo a la cara, no quería que lo viera llorar. Juanito fue por su sombrero que el viento del llano había arrastrado y cuando regresó con Pedro le dijo:
-Mira, Pedro, nomás te sigo y te seguiré para cumplirle a mi apá. Fue él quien me lleno la cabeza de ideas y esperanzas. Bien me acuerdo que una mañana me dijo “Aquí ya no hay nada que usted tenga que hacer, no hay nada que le sirva aquí. La tierra ya no nos va a dar para los dos, apenas alcanza para mí y yo no lo quiero ver pidiendo limosna o haciendo quién sabe qué cosas malas para ganar su papa. Mejor agarre sus cosas, y váyase con el Pedro derechito pal norte. Tome allá unas tierras, cásese como la ley de Dios manda y trabaje, que para eso le han dado dos manos y para eso le he dado mi nombre”.
-¿Entonces me seguirás?- Preguntó Pedro.
-Eso creo.
-¿Eso crees? ¿Dudas, Juanito?
-Es el frío que comienzo a sentir lo que me hace dudar.
-Si quieres te presto mi sábana, Juanito, ya casi ni siento el frio o el hambre. Son más las ganas de querer llegar las que siento, las que hacen que mueva los pies, las que me dan calor en las noches.
-Me proteges mucho, Pedro, como a un hijo.
-Don Juan me encargó tu cuidado. Movámonos que ya llegaremos- Decía Pedro mientras se iba caminando.
-Eso espero- Dijo Juanito siguiendo a Pedro.
Llegó la noche, el cielo se volvió un abismo negro y la tierra se hizo dura. El sol ausente se había llevado el calor y abrió paso a la luna, parecía una hostia enorme incrustada en la oscuridad, iluminando ahora un llano blanco y azul nocturno. El frío era ahora helado y las pisadas cada vez más duras.
En la noche, sobre el llano, dos hombres caminan:
-Me la voy a robar.
-¿A quién?- Preguntó Pedro.
-Le pediré matrimonio, y si está con otro, o no me quiere, me la voy a robar- Decía Juanito para sí mismo.
-¿A la Itzel?
-Sí.
-Ella te estará esperando ahí. Y si le dices que cruzaste todo el llano con tal de verla le revolotearás el corazón.
-Eso quiero, que me quiera y mucho. Por eso sigo aquí Pedro, para hacerla mi mujer y cumplirle a mi padre. Si ya me vi llegando y diciéndole a la chaparra de ojitos colorados lo mucho que la quiero. Pero a veces, Pedrito, sólo a veces, uno se cansa de estar caminando. Ya no recuerdo hace cuánto que salimos del pueblo; dejé de contar los días. Sólo veo cómo el suelo por donde pasamos se ilumina y se oscurece conforme pasa el tiempo que ya ni cuento. Pareciera como si la luna y el sol se turnaran para vernos caminar, sudando y tiritando de frio. Ya ni sé cuántas veces me repetiste lo mismo para evitar quedarme atrás, ya no cuento las veces que me recordaste a mi padre, la Itzel, a los que salimos del pueblo y lo que nos espera a donde vamos, ya no cuento las veces que me recordaste todo eso con tal de levantarme y seguir caminando.
-Es porque siempre has sido muy distraído, Juanito.
-Ya casi ni los recordaba, pero es bonito hacerlo.
Pedro volteó a ver a Juanito, le esbozó una sonrisa en medio de la nada y noche y le dijo:
-Entonces sigamos, Juanito. Allá la Itzel te estará esperando. A donde vamos nos espera un inicio y tierra fértil, con sus plantas verdes y pajaritos cantores, allá eso es lo que nos espera. Agua clara y camas largas, que aquí no hay ni en dónde caerse muerto. Así que vámonos, Juanito, que la mañana estará fresca y lo único que nos alumbra esta noche es la luna y una estrella junto a ésta.