Max Hernandez

Atrapado en una sonrisa...

Y fue una noche maravillosa.

Saltabas, cantabas a viva voz, reías. Sobre todo eso: reías feliz, con una mirada de felicidad que contagiaba a todos. Y brillabas.

Una noche que pensábamos, iba a ser espléndida, inolvidable, feliz y placentera. Una noche que planificamos, que esperabas con emoción e impaciencia.

Y parece mentira que, hay cosas en la vida, momentos que a veces, muchas veces, nos llenan mas allá de nuestras expectativas.

Y ayer fue una noche de aquellas.

 

Fue una presentación que, a mi modo de ver, no es ni será la gran cosa. Canciones, bailes, coreografías.

Gente en las graderías, largas colas, esperas prolongadas, caminatas, discusiones por los lugares, por las sillas o butacas, con los vendedores (que siempre exageran en los precios), con los acomodadores, con los otros asistentes, con los vigilantes...

Pero Tú, Tú no veías nada de eso...

 

Solamente con impaciencia y cierta tensión me preguntabas una y otra vez mas: ¿Què hora es? ¿Cuánto falta? ¿Por qué se demoran tanto?

Y yo, yo ya no sabía que decir, ya no sabía como mantenerte entretenida, mientras los minutos lentamente se arrastraban con cruel y asfixiante paciencia.

Hasta que empezó. Y todo cambió.

 

Si estabas adormecida o somnolienta, ya no lo recuerdo.

Tu euforia fue tal, que nos hiciste brincar a tu lado.

Trepaste a la silla (como todas las demás niñas), y mientras tu mamá y yo te sosteníamos, bailabas y brincabas entonando a viva voz todas y cada una de las letras de esas canciones que quedarán grabadas para siempre en nuestra memoria.

 

Tu mamá y yo nos mirábamos, y sonreíamos...

Felices, al ver tanta felicidad en tu rostro.

Tratábamos de sujetarte en todo momento, en evitar que caigas de la silla, en evitar que te lastimes.

Parecía que tu corazoncito era un caballo desbocado que hacía saltar a todo tu frágil cuerpo.

Y una voz que no callaba, con una potencia inusitada, entonaba y gritaba al son de esos ritmos pegajosos que hacían las delicias de todos los presentes en ese escenario.

 

Fueron 90 minutos sublimes.

Solamente hubo empezado el show, cuando la cantante principal pidió a todos que se sentaran.

Y todos obedecieron, como por arte de magia. 

Aún sentada, cantabas y bailabas, y no dejabas de gritar, y de vivar, y de sonreír, y de disfrutar ese momento que, estoy seguro, demorarás mucho tiempo en olvidar.

 

Y yo no olvidaré jamás esta noche singular.

Pues en esa noche, quedé atrapado en tu sonrisa, quede para siempre atado a tu sublime y tierna felicidad.

Y quizá esto no sea un poema, pero el momento vivido, fue poesía pura para mi alma, para toda la eternidad.