Va el cielo agonizando su celeste colorido
cuando la tarde borda su adiós al viento.
Altiva la luna llega con imponente vestido
que es un encantamiento de plateado movimiento.
En la selecta nocturnidad de su vuelo
su reflejo es un archipiélago divino
que con un rumor sordo despliega su velo
para que el cielo quede cautivo en su camino.
Y va recogiendo su atuendo de gala
en su circular figura iluminada
que tiene el atractivo de un mandala
como las melodías de la noche consumada.
Que dejarán las tenues caricias de sus alas
porque en las noches frías ofrecerá abrigo
con el velo nupcial que ella regala
entre sutiles melodías de su amor testigo.
Pero..., como todo tiempo es consumido
por las cenizas recientes del pasado;
presumida se irá a un descanso merecido
para retornar luego, con su encanto renovado.