Julián Valdés Vásquez

De repente

De repente,

sin hache y sin doble u,

sin por qué y sin cuándo,

sin estarte imaginando,

te apoderaste de mis lagos,

me causaste mil naufragios.

 

De repente,

sin cómo y sin hora,

sin tu esencia aturdidora,

me vi sentado ante la aurora

presenciando tu llegada perezosa,

tu mejilla sonrosada,

tu silueta recostada sobre mi cama,

sobre mi almohada.

 

De repente,

entre giro y sobresalto,

tal vez dichoso y entre espantos,

vi tus ojos apagados,

vi tus párpados cerrados,

percibí tu aire y, anonadado,

con el corazón amilanado,

con el pecho levantado,

ofreciste tu dulzura, 

desparramaste tus finos labios,

y yo, como modesto invitado,

sin verse merecido,

sintiéndome afortunado,

uní mi nariz con la tuya

y comprendí el significado

de sentirse enamorado.

 

De repente,

fundido, perdido,

totalmente sucumbido,

rocé mi piel con la tuya,

sentí tu cuerpo detenido,

te tomé de la cintura,

vislumbré tu hermosura,

y declarándome sorprendido

me hallé suficiente confiado

para extenderte mi mano,

para ofrecerte que voláramos,

por las nubes, por el cielo,

entre finos terciopelos.

 

De repente,

ya muy alto, elevados,

te digo: por el caudal nos arrastramos,

y al abismo nos lanzamos,

pero, de repente,

en un segundo, en varios meses,

entendí que te mereces

una casa con jardín,

una Noemí con un Joaquín,

un abrazo y una rosa,

un letrero y una prosa

que te invite a ser mi esposa.

 

De repente,

caminando junto a ti,

te pido: te mantengas a mi lado,

aunque lágrimas por mi habrás derramado,

pero con el palpitar anclado,

te digo no te marches,

porque de repente aún te amo.