Me pregunto
si no será arriesgado coger el autobús junto a quien viene
con un libro de Whitman en las manos y te habla
del calor azabache de las hojas la hierba,
me pregunto
si es lascivia mirar cómo un enorme mosquito se masturba
delante de sus jueces:
hay historias de príncipes que un día se orinaron en las ciencias exactas
y no están en los cuentos y hay noticias
de escritores malditos que regaron con ácido sus sábanas
y dejaron que fueran sus biógrafos las abejas parlantes
de su sexualidad.
Pero yo no conozco más aromas que las heces de un niño
ni más dioses polígamos que el jabón de afeitar,
por eso no comprendo
que haya gente llorando ante el cadáver de Adonis
cuando todas los duelos están hechos a prisa y no conocen
las monedas antiguas de los versos.
Dejad que los poetas asesinen a sus propios poetas y después se suiciden,
que se acuesten si quieren en la hierba
o invadan los prostíbulos divulgando proclamas
a favor de las chicas con acné y de los muchachos albinos que utilizan
columpio en la bañera.
Si no tenéis la sangre suficiente para abrir un zaguán donde pernocten
las propias amarguras
dejad que haya poetas rebeldes con acento nipón y no os preocupen
las ratas de habla inglesa.