Mi pequeña esperanza me da los buenos días.
No puedo negar que hay momentos en que el sol se oculta al horizonte.
Que la lluvia arrecia, mientras en viento fuerte golpea las ventanas de mi corazón.
Que la cuesta se hace difícil y tengo ganas de regresar, descender de la montaña existencial.
He de confesar que me he detenido a la vera del camino y mis lágrimas han regado la árida y reseca tierra.
Que han habido noches en las que he escuchado el paciente e incesante gotear del tiempo, mientras refrescaba mis entrañas con el vino amargo de la tristeza, del desconsuelo.
Que he ahogado, con una sonrisa, un grito desgarrador, pues \"el espectáculo\" debía continuar y nadie es culpable de mi desgracia.
Que en ocasiones busqué el abrazo mas no lo encontré; la sonrisa mas no la hallé; el cariño mas no lo conseguí.
Que he tenido que bajar la cabeza, guardar silencio, tragarme mi orgullo pues era el momento. Respirar profundo mientras mi dignidad era mi único sustento.
He de reconocer que cuando he estado en lo más profundo y oscuro del pozo.
Cuando esperaba el golpe de gracia de mi verdugo.
Cuando mis fuerzas me habían abandonado y me sentí impotente.
Mi pequeña esperanza, esa que siempre me da los buenos días, ha germinado desde lo más profundo de mi ser inerme y me ha susurrado, con voz suave, casi inaudible: \"no te rindas. Confía. Tú puedes\".