Wellington Rigortmortiz

* Engendro de Cristal

 

Pequeño engendro de cristal,

en tu débil esencia, con fortaleza

te muestras ante mis sentimientos

ya que posees

en tus delineadas formas,

cortantes filos de daga

que provocan heridas profundas

que jamás sanan, el virus que posees,

infecta a las mismas, desahuciando

a todo ese amor inocentemente bobo

que los Ángeles caídos poseen;

…las lágrimas,

tienen otro sabor en el reino de miserias

que solo tú sabes gobernar en el alma,

tan distinto y cruel

es el dolor que obsequias,

pues aun no eres consciente

de que en algún instante,

cualquier tropiezo que des,

te destruirá por completo,

o que quizás, idealizada en el podio

de algún ente maldito

que envenenando todo tu ser

con su falso aliento,

engrandezca tu ego complaciendo

tus más absurdos caprichos

colocándote en lo más alto de su cumbre,

para después simplemente dejarte caer.

 

Pequeño engendro de cristal,

tan transparente se muestra tu espíritu,

que ni la humedad cálida de mis lamentos

puede empañarte el alma,

pequeño engendro de cristal,

depositaste en un tierno y delicado beso,

esporas de un cáncer

que mantiene enferma mi alma

muriendo en vida todo mi ser

con los recuerdos lacerantes

de ilusiones y utopías

todas furtivas, la sangre de mi alma

depositada en el interior

de tu envase de esperanzas,

derramada indiferentemente

fue sobre el oráculo del limbo,

confinándome al olvido,

vacía tu esencia, solo refleja

la belleza superficial que le rodea,

refractas solo la luz artificial

que gusta y enloquece a los insectos,

tu corte perfecto no es exacto,

en la realidad la perfección no existe,

la misma, solo es la cuerda floja

en la que confiada siempre te deslizas;

pequeño engendro de cristal,

eres fuerte pero frágil a la vez,

pues aun no eres consciente

de que en algún instante,

cualquier tropiezo que des,

te destruirá por completo,

o que quizás, idealizada en el podio

de algún ente maldito

que envenenando todo tu ser

con su falso aliento,

engrandezca tu ego complaciendo

tus más absurdos caprichos

colocándote en lo más alto de su cumbre,

para después, simplemente, dejarte caer.