Aquellos ojos claros, hermosos, color de miel,
son resplandecientes luceros, que a mi camino iluminan,
defendiendo con sus manos, con pasión a flor de piel,
a sus hijos amados que el sendero de Dios caminan.
Esos mismos ojos que sus lágrimas vi caer,
cuando en la luz del alba aún no rayaba el día,
agrientando sus manos y consiguiendo el pan,
entre despojos, encontraba el alimento,
engañando a la tristeza, mostrando su alegría.
Lloraban en silencio, y yo los observaba,
aun pequeño mismo eso recuerdo,
ayudando a sus vastagos en sus obligaciones,
de tareas, y preocupaciones llenó su vida,
aun pequeño yo secaba aquellas lágrimas.
Aún siendo un niño, no entendía su sufrimiento,
porque a veces, risas, a veces dolencias,
pues la vida a ella la vida un trato le dio violento,
rogaba al cielo a mi madre le de clemencia.
Ahora ya un hombre, aún veo aquellos ojos,
angustias, alegrías y lágrimas en ellos,
es su alegría sus hijos y nietos, creciendo,
es su angustia, estar lejos de ellos,
son sus lágrimas, mi grande lamento.
Si pudiera con mis letras y poesias,
darle completa mi gratitud eterna.
que con sus ocultas lágrimas nos dabas alegrías,
un justo homenaje a esos ojos que lloraron,
a esas manos que lucharon con denuedo,
para ver orgullosa sus hijos en el buen camino.
Pedirle al Santo Padre del cielo,
conserve siempre a mi querida madre,
en la Tierra o e mi memoria por siempre,
que su sonrisa, presente en mi corazón perdure,
que su felicidad, sea perpetua, como la quiero!.
Ricardo Soriano