Lo odiaba.
Odiaba el estar tan cerca suyo y no poder ni hablarle, ni tocarle; casi, ni mirarle.
Odiaba soñar con ella, porque no lo hacía conmigo; ni me hablaba, ni me tocaba; casi, ni me miraba.
Lo único que me quedaba era pensar en ella.
La mayor parte de mi mente la ocupaban su risa, sus ganas, su tacto (el cual era inventado).
El sol me transportaba a su dorada piel, su mismo pelo.
El agua que bebía me alimentaba de sus ojos.
Los cantos de los pájaros ansiosos de primavera, no eran menos que su voz.
Y todo me hacía recaer en el único de mis recuerdos: ella.
A mi Claridad...