Te marchaste al amanecer,
cuando en los campos
las hierbas aún estaban húmedas;
y yo... ¡sin saber por qué!
Ya que te di todo,
mi juventud, mi alegría,
y mis anhelos de mujer.
Yo que tanto te quería
llorando los días pasé.
Probé cambiar mi vida,
a salir para olvidarte
para siempre, pero tu recuerdo
no se borraba de mi.
Con los años busqué
el amor en otros hombres,
pero todos me recordaban a ti.
No se puede hacer
el amor sin que haya amor,
eso es otra cosa, no es amor.
Cuando esperaba no verte,
un buen día de repente te encontré;
tú ya no eras el mismo
y yo era otra mujer,
no la que tú recordabas.
Así que sin rencor,
tú vive tu vida, ya que
la misma la destruiste tú;
y nada queda de aquel
amor tan ardiente
como las llamas de las
hogueras, que se
apagan al amanecer.