Era tu mirada manjar de Dioses,
invitación a escribir poemas;
un colosal desafío de esquemas,
prueba fehaciente de otros horizontes.
Era tu mirada una cascada constante,
con agua olor a paraíso,
(¿Quién dijo que el agua no tenía olor?)
tu disimulo caminaba a lo ínfimo,
y mi mente leguas y leguas de viaje infinito.
No pronunciamos palabra alguna,
en un nulo contacto físico,
tu mirada se alejo de mi vista;
y no comulgó...
¡con el olvido!.