Incapaces somos siempre de recuperar el tiempo perdido,
y sin embargo, como niños nos empecinamos por alcanzar,
lo que el deber \"nuestro\" nos impone: nuestras \"propias\" necesidades.
Así, sin saberlo ni desearlo, llegamos a la sima de nuestras posibilidades,
recogemos de nuestros amigos el último gramo de certidumbre,
de nuestros enemigos la palabra de rencor que acabe con nuestra suerte.
Inútiles nos miramos finalmente en este laberinto que crece,
en este sueño que va y viene de la ilusión a la pesadilla.
Si acaso tuviesemos un sólo ritmo fijo y constante,
un caparazón que nos refiriera al menos a una sombra;
pero el simple deseo de hallarlo se torna al instante en palindromo,
y nos regresa al punto de partida, nos obliga a empezar.
Estoy cansado de iniciar y buscar con ilusión y alegría aquello que
paradójicamente me retira de mí mismo y me torna un simple instrumento.
Estoy cansado de reir y hablar de lo pasado y lo futuro,
de desear la buena suerte, estoy simplemente cansado de vivir.