Ese que conduce orgulloso el todo-terreno,
hasta ayer era pobre y descalzo andaba,
ayunaba, no comía más bien desayunaba,
y cuanto mendigaba le parecía bueno.
Hoy avispado ha sabido abrirse camino,
sin haber estudiado en la universidad,
ha aprendido del rico, a vivir sin caridad,
y ya está rollizo como un buen porcino.
Nada desde entonces ha cambiado,
desde Don Francisco de Quevedo,
salvo la suerte y la desigual fortuna.
Todo depende de los hados,
a ellos si hay que tenerles miedo,
salvo que te arrimes a una buena cuna.