De los viejos cerros humedecidos
por
la
aurora,
desde los portillos antiguos sumidos
por
arbustos
ramajes
y
musgos
de las oscuras tejas enmohecidas
y
por
los
senderos
ocultos
que ahora nadie pisa
mira
ni
se
acuerda,
he llegado jadeante de brisa
de
escarcha
y
de
neblinas
a testificar el canto de los gallos
y
el
ruidoso
despertar
en tanto nido, de los mirlos
petirrojos
gorriones
y
jilgueros.
El clarear de la aurora me perseguía
entre
las
sombras,
el huracán dulcísimo de los cencerros
con
su
tintineo
indescifrable, entre el ganado
rumiante
manso
ordeñable
se embarcaba en las barcas-hojas
del
inquieto
bullicioso
y
confidente
arroyuelo que se oculta a la carrera
en
la
oscura
fragante
y
tupida
fronda donde el grillo
el
gusano
la
hormiga
y
mariposas
estrenan su rondalla nuevamente
frente
a
la
nueva
luz
a la vida re editada
fresca
límpida
y
con
profundo olor a hierba, humedad y esperanza.
Bolívar Delgado Arce