Ya casi no usaba la silla,
el umbral de un poema,
la nueva luz en la mirada,
la belleza del pétalo caído,
usaba sus muletas
como alas celestiales.
Yo…, miraba sus sueños,
al igual que haces años,
cuando se iba a jugar
al patio de la casa grande,
donde jugó la abuela
la que vino de España.
Había un camino,
el anhelo del río,
el vuelo de las garzas,
el eterno rumor de las olas.
Ella podía volver a caminar,
una operación sencilla,
pero, costosa,
demasiado dinero.
El doctor vendría de lejos,
Y yo, con las manos vacías.
No le iba a fallar,
la casa grande,
donde nació mi madre,
mis dos hermanos,
toda mi historia,
mi mundo,
mi universo.
No le iba a fallar a mi hija.
¡Adiós a la casa grande!
El doctor vendría.
El mundo se detuvo,
silencio,
las manos apretadas,
más de dos horas.
La madre angustiada,
el hermano llamaba
a cada instante.
“¿Cómo ha salido todo?”,
Yo…, asustado,
aferrado a mi vieja fe,
la que aprendí de la abuela,
la de la casa grande.
El último tic tac…,
y apareció mi hija,
con fuerza en sus piernas,
con la esperanza cumplida.
Las campanas en lo alto,
la alegría de la madre,
los saltos del hermano,
la algarabía de sus amigos.
mi oración callada,
el despertar…,
mi hija…,
Ellla,
la niña de siempre
Volvería a caminar.