Desde que bajé a desayunar el olor a tostada
invadió mi pituitaria, tus colmillos me asustaban,
el aceite era rojo, el ajo escaseaba,
no recuerdo qué narices hacíamos
colgados boca abajo en la viga que hay encima
de tu cama. La piel de lagarta te daba un aspecto
prehistórico , no te podía mirar a la cara, no tenías cara.
La llama despertó la pasión, nos dormimos y
al despertar éramos dos cadáveres con
náuseas el uno del otro, verdadero horror
al recordar lo sucedido: - ¿Tienes fuego?
- Tengo un infierno, baby. - Pues dame un poco, anda.
- Toma. Dame tu un poco de tu cuello. - ¿Cómo?
- Ya me has oído, no te hagas el estrecho. - Te vas a enterar tú
estrecho... Y poco después me estabas enseñando la
comodidad de tu ataúd y tus telarañas.