El automóvil avanza
los cuervos lo siguen
en el andar por la ciudad,
sigiloso va sin mirar.
En una esquina se detiene
enormes árboles lo vigilan,
los cuervos en círculos arriba,
una mujer tranquila
sube sin dudar.
Suena el jazz de fondo,
lo pintoresco de los suspiros,
el respirar de ambos
antes de hacer lo prohibido.
Siguen las líneas paralelas
de la autopista infinita,
que define la frontera
entre la soledad de la rutina
y el peligro de la novedad.
Entran a un palacio
con recamaras del tiempo
donde se nace el amor,
se compra y se vende,
se esconde y se muestra,
allí entran los dos,
a buscar su tipo de amor.
El rumor de las prendas al caer
crea un eco en la penumbra
del espacio de amor que los rodea,
lentas miradas entre ambos
detiene el tiempo en el mundo,
los problemas se esfuman
los sentimientos abundan
entre sus roces descuidados.
Se besan presurosos
imaginando un apocalipsis
próximo en su día después
de ese preciso beso,
callan las palabras
dejan hablar a sus cuerpos
el alma se funde
en los adentros del ser
sin pensar en el sexo
solo en la falta de tiempo
para ser siempre uno,
en ese espacioso
cuarto de amor peligroso.
La insignificancia de todo
se vuelve el centro
de la agitación
proveniente del orgasmo
mutuo, algo pulcro y sucio,
que logran los dos
siempre que están juntos.
Te amo se dicen,
se visten de la mano,
vuelven al coche,
como nuevos humanos.
Viajan de regreso
siguiendo el mismo
camino que los transporta
a la desolada rutina,
acompañada con su soledad.
Vuelven los cuervos con sus alas,
el mismo árbol espera la llegada,
la mujer primero baja, luego llora,
después vuelve igual.
Ambos regresan a la vida
inundada de lo cotidiano
esperando volver
al cuarto donde nace
el amor verdadero.