Déjenme allí en mi apacible cabaña
sin olor de ciudad,
vivir aquí prefiero
lleno de lluvia, el alma en paz se baña
en gotas de bondad
del rupestre sendero.
No quiero la cuidad sino sembríos...
feliz en mi colina
cocinando con leña;
probar las gotas dulces de los ríos
excelso en vitamina,
su arroyo misterioso bien enseña.
Ni humo tóxico de ferrocarriles
(dióxido de carbono),
el bullicio estresante...
limpios meses de alba en los abriles,
limpio de rabia, encono...
y reír hilarante.
Sin la tecnología,
abrigado por juncos y palmeras,
y estribillos de aves...
el rubio amanecer es joyería,
gualdas enredaderas
y esos amores que no tienen llaves.
A trabajar la tierra muy temprano
en la beldad de la naturaleza
que irradia con su luz,
no se vive la envidia a lo mundano,
no existe la maleza
do el árbol crece bajo un haz de luz.
El río canta la ópera armoniosa
puedo en paz entender aquel dialecto,
resuena el corazón,
apaciguado tengo en mí una rosa
y su color rojizo me da afecto:
flor de la devoción.
Déjenme en mi cabaña
en compañía de cuantiosas flores
que no remplaza el oro;
no quiero la cizaña
sino frutos benditos, sin rencores.
¡Déjenme en mi cabaña, les imploro!