La verdadera patria de un hombre es la infancia.
Rainer María Rilke
Miguel siempre fue...
Se le recuerda tendido en el suelo jugando a batallas
con sus muñecos de plomo que semejaban soldados
napoleónicos.
Era prodigioso ver como transcurrían las horas sin
que su cuerpo apenas alterara su posición, recogido
en las historias que brotaban de su mente en el rugir
de las palabras que ilustraban las crónicas militares.
Miguel ya era un niño corpulento a sus doce años,
cuando alcanzó el cénit de su carrera trovadoresca,
por así llamarla, y a pesar de ello serpeaba sobre el
suelo de su habitación como una anguila, sin que el
fluir del tiempo le opusiera impedimento alguno.
Su talento narrativo se fue dibujando al tictac de los
años, engullía los minutos leyendo aventuras cuando
el bozo ya apuntaba por encima de sus labios.
Su gusto por recogerse en sí mismo, por viajar hacia
su interior, no perdió vigencia con la rotación diaria
del reloj, más bien todo lo contrario.
Siempre se buscó en soledad, tanto que, cuando le
tocó formar familia y compartir vida con su mujer, no
pudo más que recibir la oportuna factura del desastre.
Fracaso liberador...
Fracaso que fue ángel anunciador del destino, espíritu
y musa de la literatura: su hogar, su patria, él mismo.