Mallez

En la misma casa

 


En la misma casa, a la misma hora,
ya todo invitaba al descanso.
Todo era silencio. La luz era tenue
y en el ambiente, aún impregnado,
se olía un fragante y rico aroma a café.

Un cálido y oportuno fuego que otrora
aliviaba la oscuridad y mi cansancio
desplomado en la mecedora
que me arrullaba suave;
y allá, no muy a lo lejos,
me aguardan los anhelos de una mujer.

Esta vez no había lluvia, todo era quietud.
La estrellas apenas eran un punto muy blanco
y sin embargo su brillo chocaba por la ventana.

¡Qué hermosa y qué parsimonia la de aquella noche mientras tú dormías,
mientras tú soñabas!

Ya era muy noche. Y aún la mecedora
era cómplice del silencio
que en la casa imperaba
porque tú dormías, porque tú soñabas.

Nada más quieto bajo las estrellas, a lo lejos.
Nada más quieto a la misma hora
y en la misma casa.