Cada mañana al mirar el espejo
no son mis ojos lo que veo,
sino la chispa que
tu amor insondable
me dio hará ya quién sabe cuánto.
Todos tenemos recuerdos
forjados con nuestras madres,
pero ¡Ay! No hablo yo
de una madre cualquiera, hablo
de una mujer que con una mano
daba gofio y con la otra te santiguaba.
No hay mayor deleite que
nacer bajo el ala atenta y melodiosa
del arrorró de una madre canaria.
No solo te debo la vida,
te debo la fortuna de haberme
alumbrado en siete islas
tan distintas pero tan iguales.
Qué sería de mi corazón sin tu “miniño”.
Qué sería de mi carácter sin tus eses aspiradas.
Qué sería de mi alma si no me hubieras
dado por hogar la selva de Doramas.
Todo hijo abandona el nido
y se aleja un paso o dos
para despedirse de su madre,
pero yo nunca,
porque tú eres en mi corazón
igual que el mar en Canarias,
por mucho que subas o
te escondas en un pueblo distinto,
no dejarás de verlo.
Y aún cuando dejes de hacerlo,
jamás faltarán las gaviotas de la niñez que
guiarán el camino hasta tus besos.
Fimbultýr