De allá, de acá, de siempre,
llega ella desde todas las cosas,
con un placer de vida entre los labios.
Salta a mis brazos,
arrancando de las manos
desnudas caricias,
desabrochando todas las sonrisas,
quebrando los relojes
con lo tibio de su cuerpo,
estremeciendo los ojos de la tarde.
Se abre la blusa
y vuelan a mi pecho dos palomas,
caídas frutas llenas de miel,
que en su saludo,
despiertan el hambre intacta,
el indómito estremecimiento
alimentado por los besos.
Maduramos el amor a fuego lento;
con delgada letra cursiva,
nos retratamos recorridos intensos,
surcos sanados
que se inundan de sueños,
donde florecen frescos pájaros
azuleados de alegría.
Así quedamos,
barcas que se van deslizando
sobre rizos de trigo,
enamorando la claridad
que se atrinchera,
en la copa niquelada del día.