Quisiera ser el árbol que se encuentra en aquella colina solitaria, sí, en aquella colina donde todo pasa por una razón y cada razón tiene un propósito; y cuando te aproximes a mí, primavera, te sienta en lo más profundo de mis raíces mientras tocas mí corteza, y cuando pasen los meses, me envuelvas en un calor extremo donde la fragancia de tu cambio sea el agua y el suelo; hagas que mis hojas verdes se culminen en un floreciente naranja mientras el sol se opone a nuestro fruto; tomarás parte de la veracidad de mis tallos y, cuando en mi interior sólo haya ese dulce pigmento amarillo, arranques mis hojas por tan profundo viento dejando mi tronco y mis ramas al descubierto. Cuando los rayos del sol se oculten y la niebla nos invada, me cubrirás con tu manto desde la copa hasta mis raíces. Mi tronco estará a tu merced, aunque cambies de estación y no me digas el porqué. Seré el árbol que cuesta arriba se encuentra, para sentirte en lo más profundo de mis raíces. Y cuando vuelvas, primavera, te encuentres con el más grandioso fruto de todos los árboles, con el esplendor de la chispa que hizo que el sol volviera a salir cada mañana, y el que hizo que la luna sólo se escondiera para dejarlo respirar. Seremos tú y yo los creadores de la pulpa de la felicidad. Y aunque te vayas a otras colinas, seguiré esperándote para continuar con el ciclo por el que ahora vivo. No importa que me falte el oxígeno, que se caigan mis hojas o que me encierren las tormentas en la amarga soledad.
No importa.