En sueños y ensueños todavía la recuerdo,
aunqué era un niño al conocerla aquel día de verano,
ella vestida de una roba larga de color rosa,
cantando en francés una canción de Juliette Créco,
sin darse cuenta de mi presencia
Encima de un acantilado con vista sobre el mar,
su casa vigilada por muros de piedras,
y un portón de roble, a través de lo cual,
siendo entreabierto, lo pasé para entrar su jardín,
su santuario, su reino de la fantasía
Los muros de piedras la protegía del mundo afuera,
y llamó a su recluso “El borde del mundo”,
libre de intrusos, uno de los cuales era yo,
sin embargo sonrió y hizó señal que me acercara
por el camino con el aire preñado de aromas
Al estar frente de mí, cual un nacimiento de Venus
dentro de la profusión de nenúfares,
acompañada por sus amigos fieles,
Sócrates el sapo, quien esperaba con impaciencia un beso,
y el pelícan Prometeo, dormido sobre sus zancos
Después de hablar de muchas cosas con sabiduría,
tal cual como hacen los adultos,
le dije adiós, y sus ojos se llenaron de lágrimas,
al volteárse a mirar el horizonte distante,
donde paulatinamente el sol estaba despiediéndose
Años más tarde volví de nuevo a ver “El borde del mundo”,
pero el tiempo había dejado su huella,
la casa con sus muros de piedras había desaparecido,
las mareas turbulentas con su arma de erosión,
había recuperado su reinado usurpado
Cuadro por propio pincel
David Arthur ©® 2017