Innumerables látigos se mecen
en este mayo absorto, tenue, helado...
Bien pudieras mujer, haber cantado
la sonata auroral que ellos merecen.
Me he puesto a cavilar de aquellos tiernos
mayos amados, los que iban por fuera,
esos que en ti, tenían primavera,
y echaban su flor hasta en los inviernos.
Ya se acabó mi causa, y esa causa
de no saber mi causa de domingo
religioso. No has vuelto tras la pausa
que abren y cierran mi grotesco afán...
Mi piano se refugia en el silencio,
de un mayo hambriento de su propio pan.
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David John Morales Arriola