Llegó, sin prisa, la primavera,
y en cierta noche, con prisa, huyó
una princesa, que hermosa era,
con un juglar que la conquistó.
Que tal amor un fruto tuviera
los dos soñaban, y así pasó,
pero que ella ese día muriera,
al dar a luz, nadie lo esperó.
El trovador, al que antes se oyera
cantar como ángel, se le escuchó
llorar, como todo hombre lo hiciera,
por la mujer a la que perdió.
Pasado un tiempo, junto a la hoguera
se hallaba él; de súbito, entró
en el lugar, con mirada austera,
real mensajero, que esto leyó:
\"Mando venir, con la luz primera,
hasta mi alcázar, al que se huyó
con la mi hija, de forma artera,
lo cual su muerte, al final, causó\".
Aquello, que quizá estremeciera
a cualquier otro, a él le alivió,
pues esperaba que aconteciera;
sin miedo alguno, la orden cumplió.
Ya en el alcázar, que el rey pidiera
ver a su nieto, no le extrañó;
solo se sorprendió que estuviera
sonriendo, cuando lo recibió.
Se diría que, luego de una espera
de años, un viejo se reencontró
con hijo y nieto, a quienes perdiera;
todo presente rió y lloró.
Hubo real perdón, y quien fuera
juglar, en noble se convirtió;
su hijo fue rey, y la primavera,
tras larga ausencia, por fin llegó.