Me declaro telegrafista
escuchando el tamborileo
de la lluvia, que se cifra pausadamente sobre los techos,
su mensaje es mojado como
los emigrantes.
Soberbio es el estruendo que sale del rayo
que parte en dos la meditación y la monotonía.
El alero pasa a será el lugar predilecto
hasta que lluevan nuevamente
gotas de soledad
y silencio.
La lluvia es una taberna de tiempo parcial,
antojadiza
-como ella sola-,
donde un regimiento
de libélulas
danzan y liban las copas que caen.
En las calles… el número circense oriental
donde malabarean siluetas con sus paraguas
haciendo equilibrio
sobre las piedras mal puestas.
Los charcos exhiben su glotonería
queriendo beberse todos los cántaros.
Los hay otros que son conformistas
que se contentan
con los cuantos “cc” de la orina de un perro.
Mientras…. la impaciencia pasa a ser una
cortesana poco agraciada
y altanera,
que me coquetea
mostrándome la entrepierna
de mi creciente destiempo.