“Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado”
(Miguel Hernández)
Ella se ha ido y un fugaz beso me ha dejado. Y yo, ángel caído, yo no he sido capaz de balbucear ni un triste adiós… Un poema en la basura, esta noche, nadie lo recogerá; y, como soñador que yo soy, yo escribiré en esta frágil noche. Esta noche hay preguntas que me queman en mi interior... ¿Dónde está? ¿Con quién compartirá su sonrisa? ¿Con quién, su mirada penetrante? ¿Quién adulará su grácil cabello de noche con rayos de lucero? ¿Por qué no se acordará de mí?... Preguntas sin respuestas, canción sin final, y en medio tú, mi amor, siendo verso sin quererlo… Te prometí un poema, una de aquellas cálidas y húmedas noches, ignorando que noche, poema y promesa serían todos juntos otro único verso. Yo no te escribo un poema con versos de sílabas contadas, ni tampoco te hablo yo con palabras altisonantes y huecas porque me gusta la sencillez y el pelo libre, y los ojos abiertos, y el soñar despierto, y las lágrimas, las lágrimas deslizándose suavemente por mejillas. Antes de conocerte, yo dialogaba con mi sombra que, como un perro fiel, me seguía a todas partes; desde que te conocí, la sombra, celosa y orgullosa, se desvaneció y dejó mi voz viuda; y dejó mi voz perdida en una densa oscuridad… El aire, padre de la sombra, ya no acepta mis palabras y las tengo que escribir, y debo escribir y estoy forzado a escribir; pero, a veces, hasta el mismo bolígrafo se rebela y no quiere seguir… Todo se destroza a mi alrededor; todo, menos tu recuerdo; ¿serás tú quién lo rompa? Mujer, mi amor, compañera mía; tú eres fragancia, y sencillez y poema y noche y promesa y también ese sentimiento más. …Y solamente por todas estas pequeñas cosas, amor, a mí se me olvidó decir “adiós”.