Por qué será que la vida nos mantiene en un vaivén tan intenso, tan triste, profundamente etéreo donde el mundo deja venir su peso sobre nosotros para vulnerarnos sin ninguna clemencia Y la pena nos ataca cuando creemos estar bien y sin sentido llega ofreciéndonos todo su dolor, haciéndolo totalmente nuestro para que la melancolía siempre tenga nombre de un ser que no está en el momento que deseamos y el vacío siempre coincide con la nostalgia y el recuerdo que frota suavemente por la piel y el esqueleto cuando viaja ligeramente la brisa cargada delicadamente con aroma que evoca una presencia que no podemos ver por qué hemos construido la trinchera afectiva que resguarda nuestra espalda cuando afrontamos nuestros miedos ante la majestuosidad del amor pues somos invasores en un mundo irreflexivo en el que es insuficiente el lapso de una vida para aprender de nuestra angustia y transmitir nuestro dolor. Hemos aprendido la práctica de la resistencia y obstinadamente intentamos despojar al medio de toda su afabilidad, sin pensarlo caminamos sobre el cadáver de nuestras víctimas sin sentir ninguna compasión o dispendio, argumentamos nuevamente sobre nuestros mismos argumentos sin buscar la coincidencia.