Hubo une efímera y dura resistencia
en las barricada de aquella zona,
afortunadamente la mayoría de los
maestros no se tomaban muy en serio
aquello de la formación del Espíritu Nacional,
y se acordaban de que éramos niños, esperábamos
con ilusión la tarde del jueves para jugar a los pies
de la muralla de Capuchinos, había quien era más
atrevido y levantando una losa de piedra, caminaba
por un túnel hasta la cripta de la capilla de los
Salesiános, depués me contaban que allí
decapitáron a San Hermenegíldo, otras veces
nos llevaban al manicómio de Miraflóres, allí
jugábamos en su campo de deportes,
y procuraba hablar con aquellos internados
y observaba que estaban tan cuerdos como nosotros,
allí cultivaban su huerto y su jardín, tenía un amigo
que tenía a su hermano internado pero nunca pude
verlo, parecía como si sintiera vergüenza. Total en
comparación con el Colegio de San Luís Gonzága,
en el grupo escolar Don Andrés Manjón, teníamos
un contacto con la realidad de aquella época más real,
con una más canciones religiosas, en la otra más canciones
pseudo-patrióticas, en el primero más visitas a la capilla
y en el otro más vida al aire libre, en uno no había niñas
y en el otro tampoco, pero estábamos separados del
grupo escolar femenino por una alambrada, allí parábamos
para descansar de nuestras carreras.
Fue en mi último año en aquel colegio donde por haber
contestado con acierto una serie de preguntas
gramaticales, me regalaron unas vacaciones en Granada
con quince alumnos más, aquello fue como despertar en
un sueño, ver la nieve en verano, observar a los buscadores
de oro extrayendo pepitas del río Dárro hermano del otro río
Geníl que Lórca cantara, otros días me castigaban
a no salir por razones que ignoraba, pero no me sentía
infeliz, en el suelo de cemento bajo los frutales del Seminario
de Maestros, dibujaba con tiza las torres y las murallas de la
Alhámbra, desde entonces , siempre tuve en mi alma un hueco
para Granada.