Dos musas ellas son, mas
solo comparten entre ellas la lira orfeica.
Esta lira no se ve, se siente,
esta lira no es de madera y cuerda, es de sueños y pasión,
esta lira no la escuchas, te envuelve y asfixia con
la promesa de levar el ancla de la mente.
Quisiera hablar de ellas pero…
¿Cómo puede un simple mortal
hablar de los sonidos de carne y hueso
que tomaron forma después de nacer
en la dulce flauta de Pan?
La primera musa, aquella con el nombre
del blanco clasicista, de la primera luz que
guía al navegante hacia su destino;
sus ojos son verdes como sólo puede
serlo la esperanza de un mundo de inocencia
y cantos amorosos; su pelo tan ardiente como
agresivo es testigo de la lucha de Doramas, es
un servitium amoris porque cada hombre que
lo toca, cae abatido al suelo con incandescente corazón
que late por enfriarse al no soportar tal arrebato.
Yo la conocí como la musa del carpe diem.
La segunda musa ¡Cuán metafísica!
Posee una piel tal como el vellocino de oro,
que es pálida como la muerte, porque en su piel
van a morir los sufrimientos de los inocentes.
Ella no tiene alas, ni destella en las sombras,
tiene pezuñas que nunca se sacrifican
en el nombre de Él, y sus palabras
son como lana que se esquila para proteger al
agricultor que somos en la vida, del frío que
el viento del norte caciquista sopla sobre nosotros.
Yo la conocí como la musa del ditirambo.
Fimbultýr