Así lo hemos llamado, en el gabinete que se establece a distancia. Lo hemos llamado así para no llamarlo por lo que es: algo que se extiende a un vacío tan profundo que carece de toda explicación e importancia. La maldita voz que cuenta todo el tiempo y no cuenta nada más que tiempo y más tiempo. La voz que desvanece el reflejo cada mañana frente al espejo. Ese no sé qué me está pasando que me invade en cada instante.
Una impotencia que crece en cada paso que doy haciéndome sentir cada vez más pequeña e indefensa.
¿Qué más da si hoy me muero? ¿Qué importa si hoy no me levanto? Total, el tiempo pasa y nada pasa. Todo era mejor antes, la yo de antes vivía su vida, pero desde antes sentía que todo era mejor antes.
Los días siguen escurriéndose como los relojes en un cuadro de Dalí. Las palabras siguen brotando con la primavera y como algún día dijo Neruda: aunque las intento silenciar y las corto para no escucharlas, no puedo detener la maldita primavera que emerge en mi garganta y me endulza la boca. Ese vértigo que Kundera describió perfecto, ese vértigo por golpear el piso, duro y sangrar y sentir, aunque sea un poco de dolor.
Sentirme viva por un día. Sentir que lo que he hecho vale la pena y que los días pasan, sí, pero no en vano. Hemos llamada Pepe grillo a esta marea de ‘Nadas’ que me ataca cada noche y en cada momento que vivo sin sentirme viva.