Así exista como categoría analítica de expertos
o la usen como adjetivo los maestros,
no le dan a éste término o palabra,
piso, peso, volumen ni realidad concreta.
Cualquier mediocre puede inventarse un terminacho
para designar cualquier cosa inexistente.
La perfección solo es un ideal,
que no existe como encarnación
en ningún sujeto real de carne y hueso.
Fue un invento de un mediocre,
después de expurgar una culpa,
de una mediocre acción dolosa.
Ningún mediocre reconoce
en fuero interno ser mediocre
por una sola razón, y muy sencilla:
su mediocre incapacidad no se lo dicta.
Lo mejor repartido en este mundo
después de la conciencia
de que hay muerte después de la vida,
es la empalagosa mediocridad,
a pesar de que muchos, casi todos,
ni nos percatamos de llevarla a cuestas.
Todos somos mediocres;
sólo nos diferencian los matices
frente a saberes, destrezas, competencias,
y por la actitud que asumimos
frente a la mediocridad de los demás,
en tanto somos los mediocres
los que con más saña enrostramos
la mediocridad ajena,
en razón a la incapacidad
de detectarla en cuerpo propio.
La mediocridad como adjetivo
no es más que una expresión del afán
diferenciador del ser humano
que le cuesta aceptar al menos
la esencial igualdad en la medianía.
Desde que nacemos en lecho pobre
ya nos estigmatizan de mediocres.
Si han de medirse los seres
con regla de perfección alguna,
ningún Dios se salvaría,
pues sus obras siempre encontrarán defectos
a los ojos del obsesionado
perfeccionista que las juzga.
Solo los mediocres autoreconocidos
nos es permitido vivir la vida sin presiones
del letal autoengaño
del perfecto ególatra infelice;
y es posible que sin este obstáculo encontremos
el camino verdadero
de nuestra, ahora si real,
pequeña perfección interna.
¿Apología a la mediocridad?
No señor, ninguna loa necesita
lo que no tiene un asiento en la existencia.