Sutil es de vuestro palpitar el gorjeo que melifluo
manifiesta la dulzura de vuestra real sonrisa. Y,
cuando el ungüento de vuestro gentil beso vertés sobre
mis pulposos labios, exalta mi diminuto corazón,
vuestra sangre añil...
Y si hoy, con vuestro soneto germánico, a este siervo que
vuestra mirada busca tocás, juro que de mi alma amuleto
serías en vuestra armoniosa esencia. Y si con vuestro quimérico
ósculo interpretás esta pieza, colosal sería de mi amor
el suntuoso concierto...
Amada...
¿Acaso, oís vos el apoteósico estigio de mi alma, cuando
sin vislumbrar andás recta mi pensamiento intangible?
¿Acaso, olvidás vos que yo atravesaría el insondable Atlántico,
solo con tal de tus exóticos zafiros admirar?
Dígame vos que si locura profesa mi boca mortal
es porque servil está mi espíritu; eternamente a tu corpórea
poesía ligada. Dígame, amada, que si vos es el caudal
más inmaculado y laudable de este reino malsano...
¿Por qué aun tengo sed?