Alberto Escobar

Río de sal.

 

 

El hombre es transición y ocaso.
                                              Nietzsche

 

 

Cuántas veces me derramé sobre ti
sin recibir recompensa justa.
Cuántas veces he habitado tu mente
solo para ahuyentar tu soledad.

 

Esta mañana me acerqué al cementerio.
Puse las últimas flores, flores verdes.
Sentí al instante un exánime crepitar en
mis venas, todavía, cenizas en rescoldo.

 

Retirélas para evitar un incendio mayor.
Fui por agua a la fuente del suspiro para
sofocar la nube, no puedo pensar por qué.

 

Aprendí que llevar grilletes en los tobillos
solo sirve para ralentizar el paso, pesado.

 

Lancé las flores al vertedero de mis ayeres.
Me niego a hacer fotos que congelen mieles.

 

No tengo ojos en la nuca, solo puedo mirar
hacia delante, solo Juno mira hacia atrás.

 

Mis instintos descansan sin estar cansados.
Nunca lo estuvieron, la rémora es la losa que
resta confianza, espada de Damocles atada a 
un pelo de corcel blanco, a punto de vencerse.

 

No pararé hasta sentirme paloma que navega
sin ton ni son, al capricho del viento que bese
mi nuca y me eleve levemente, viento que me
haga planear sin planes, que me traiga árnica
a mansalva para el resto de mi vida.

 

Solo deseo discurrir como el río que solo sabe
conducirse hasta su mar en pos de la gravedad
que grava su cauce, con las únicas fronteras de
su lecho y sus paredes.

 

Río manriqueño.