Casi sin aliento, pero aun con lucidez, no desisto, voy hacia adelante. Perdido, buscándote en medio del implacable desierto de la desesperación y la incertidumbre. Contando cada paso flaqueante bajo el intenso sol de tu mirada. Cegándome por momentos su resplandor. Quemándome lentamente.
Sin noción del tiempo y sin más brújula que el eco de tu mágica voz, retumbando en mis pensamientos. Lidio con el silencio y la soledad que hoy habita en mí. Empiezo a ver pronto la maravillosa naturaleza de tu ser. Y continúo dejando atrás tus tobillos, recorriendo por completo lo largo de tus perfectas piernas, portales del cielo y el infierno. Subo hasta las colinas de tu cintura, para asirme a ella con mucha fuerza, y atado a ti, soportar la hostil tormenta con la protección que solo pueden darme tus abrazos, y combatir el inclemente frio con el calor de tus manos y cálido manto de tus caricias.
Es un placer contemplar cada paisaje de tu piel y explorar la suavidad y la textura de las paredes de tu vientre. Pero no me detengo atravieso tu pecho, rodeando la orilla de tus senos cual imponentes montañas. Y avanzo un poco más subiendo por tu cuello, hasta llegar a tu boca y calmar por fin esta agonía, calmar esta sed ti, en el refrescante manantial de tus labios. Donde brotan dulces besos, que aún no he podido probar. Sumergirme en ti, sumergirme en tus ojos hacia el interior de tus pensamientos y de tu alma, en un viaje sin retorno hasta tu corazón, porque ahí es donde quiero estar y no a las orillas de ti.