racsonando

¡ELEGÍA A GUILLERMO!

 

¡Ah, Guillermo, ten el cetro de tu mirada y asesta con tu  flecha rota

al centro de la manzana, esa que hoy le llamo…

¡La llama de la razón!

¡ELEGÍA A GUILLERMO!

 

Guillermo, tu historia no tiene historia

se perdió en el tiempo,

en el tiempo de las arrierías; en las tierras que ya no tienen dueño.

Sí, en esas tierras de profanas lontananza; de caminos enlodados

 por el fango rutilante que por siglos es bautismo del silencio.

Eres tierra, arado, sementera, piedra, voz y pueblo;

río, montaña, parcela, iglesia y pueblo;

El  Valle pertinaz y hasta el colegio.

Casa Grande en la ciudad, olvidado el pueblo.

Sí, la misma casa que heredé y en la que ya no hay lumbre o fuego.

Canto, pan y rezo son susurros de un arpegio.

Tu  Esperanza ya no está, se fue…

La Esperanza yace trunca y sólo amarra un último recuerdo.

Pobre casa, con otro dueño, y no eres tú o yo el que silva su contento.

Un extraño ondea tu bandera y se declara regidor; cazador furtivo.

¡Es un tallador de deudos!

Ah, la pobre casa, con sus gallos inmolados, desplumados, descrestados, derrotados.

Ahora, panegíricos trofeos.

¡Sí, los gallos tuertos!

¡Ah, Guillermo!

Trabajador del campo, sembrador y un presentimiento de guerrero.

Esclavo, deudo y profeta de los sueños.

Insensato, orate, sabio o necio y dueño de tu encierro.

Dibujas en tus cigarros desconsuelos, amores y tormentos.

Y te elevas por encima del insípido misterio.

Tu historia, Guillermo, no tiene historia,

se queda suspendida, aguardando su momento.

Eres un paria, un grávido viajero.

Tu historia, Guillermo, aró caminos de alegría, rutas  melancólicas;

palabra, llanto y versos,

¡Un arcano a lo moderno!

Eres lluvia, sol, verano, invierno.

¡Todo ser, niño Guillermo!

Árbol, árbol, árbol… Tallo, ramas, hojas, frutos.

Frutos sí, frutos con sabor a viento recio.

¡Frutos tú, joven Guillermo!

Cal y miel; pan y pez…

¡Y te pienso, hermano Guillermo!

Eres silencio, eres silencio… aun cuando grites, cuando grites, cuando grites

y caiga una lágrima.

¡Tú, padre Guillermo!

Guillermo, tu historia no se escribe en diarios,

es sólo una línea en el llanto de mis versos.

Tu historia es la rueda, es la cuña, la biela rota y el pedal que oxida el polvo necio.

Tú, hombre Guillermo,

tienes lágrimas que penden de tu pecho; mil heridas que asilan sus recuerdos.

Tu historia es una y tantas.

¡Tú, mi viejo Guillermo!

 

¡Ah, Guillermo, ten el cetro de tu mirada y asesta con tu  flecha rota

al centro de la manzana, esa que hoy le llamo…

La llama de la razón!

 

Racsonando ando